Brasil es un país menos fumador que España, pero sin duda más restrictivo. Los enganchados a la nicotina las pasan canutas cuando salen de marcha tras la norma que prohíbe fumar en los locales de hostelería.
El veto les ha empujado hasta la acera, donde apuran el cigarro hasta que lo que queda de él termina tendido en el suelo.
Los propietarios de bares y restaurantes han visto sus establecimientos libres de humo, aunque el problema ahora lo tienen frente a sus fachadas.
En Sao Paulo, alegoría urbana del gigante suramericano, la fea costumbre de arrojar las colillas al suelo genera además otro tipo de inconvenientes: perjudica al pavimento y obstruye, cuando llueve, las bocas de las alcantarillas. Teniendo en cuenta que la metrópoli sufre, cuando los meteoros se empeñan, precipitaciones torrenciales e inundaciones frecuentes, los sumideros taponados no son una cuestión baladí. Así lo creen los restauradores locales.
La medida supone un paso más, en este caso impulsada por la iniciativa privada, en la lucha contra el tabaco y los desperdicios que provoca. Enero será la fecha del comienzo de la iniciativa, planteada en principio por los botecos y casas de comidas Vila Madalena, un barrio pijo-bohemio de moda entre los paulistanos.
Para que la parroquia pueda cumplir con el veto, los establecimientos —algunos de los cuales han reconocido que ahora se consumen más raciones y pinchos que cuando se podía fumar—repartirán entre su clientela más viciosa minúsculos ceniceros retornables con leyendas que recuerden los problemas que causan las pavas cuando se estrellan contra la acera
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